Diciembre de 2001 en la ciudad de Bogotá, mes de las festividades decembrinas, las luces adornaban las casas de la bohemia y caótica capital de los colombianos. Diciembre fue el mes predilecto para que un muchacho de 10 años de edad, fanático del América de Cali –sí, del ¡América de Cali!; no de Millonarios ni Santa Fe-, fuera por primera vez al estadio El Campín a ver el amor futbolero.
Este amor nació debido a las tardes de tertulia, donde su padre, después de largas y extenuantes jornadas laborales, se sentaba con su hijo para hablar del gran América. Fuera del resultado del fin de semana o simplemente a recordar las viejas glorias del club como los Gareca, Falcioni, Roberto Cabañas, Battaglia, el Pitufo de Ávila, entre otros más.
Era el momento de la intimidad de ambos. Para ellos, escuchar el nombre América significaba salir de la rutina, entrar en un mundo de colores, perfecto y sublime. No importaba si el fin de semana habían ganado, perdido o empatado; con el simple hecho de existir esa divisa roja, eran felices.
Se les iluminaba los ojos cuando en la radio escuchaban en la voz del Paché Andrade, los goles del gran Julián Vázquez, las gambetas de David Ferreira, el liderazgo de un joven bogotano llamado Fabián Vargas, la entrega del Gigo Mafla. Eran tiempos de gloria. Eran momentos donde desde la casa humilde del sur Bogotá, el radio de pilas o el televisor de perilla se estaba pendiente de los Diablos Rojos, no importaban los kilómetros de distancia entre el Valle y la sábana, de alguna forma este par se las ingeniaban por saber del club de sus amores.
Se escuchaban los gritos cuando América salía a la cancha, hacia un gol o una jugada maravillosa. El dueño de casa siempre recriminaba que era una casa de familia y no era un estadio para andar gritando, incluso amenazaba con correrlos de la habitación alquilada si continuaban con el ruido.
Muchas veces se soñó con ir al estadio, fechas pasaban pero la situación económica, aunque no era precaria, no daba para el “lujo” de una entrada para un partido de fútbol. En esta familia acababa de nacer una hija, una boca más por alimentar, por ende ese momento de ir al templo de muchos se hacía lejano.
Hasta que un día el pequeño muchacho, recortó del diario deportivo, este salía en una edición especial del periódico El Tiempo todos los lunes. Su mamá como veía gran interés por parte del niño hacia los temas futbolísticos lo traía desde su oficina porque allí había la suscripción, esta edición traía con unos lindos colores el calendario del cuadrangular final del campeonato de todos contra todos del fútbol colombiano.
Allí sonriente exclamó:
–Mira,papá, el 2 de Diciembre jugará América contra Millonarios. ¡El Rojo vendrá a la capital, llévame, por favor!
El responde con una sonrisa:
- Te llevo, pero si sacas todas las notas del colegio en limpio y te doy la boleta como regalo de grado de quinto de primaria.
El joven se batía con las aburridas clases de matemáticas y aprender fracciones; era su reto y debía pasar todas las materias en limpio y con honores. Su motivación era el América, mientras tanto su padre trabajaba incluso horas extras para poder adquirir el dinero de las entradas.
El esfuerzo de ambos dio sus frutos, el uno pasó todas las materias con la máxima calificación y su padre logró adquirir unos pesos de más para llevar a su hijo a la cita futbolística: Millonarios vs América, 2 de Diciembre estadio El Campín en la ciudad de Bogotá.
Durante las semanas previas no se podía conciliar el sueño y las noticias eran el centro de atención para este partido. América venia con muchas chances para clasificar a la final del rentado Nacional. Era el favorito y los de la Pava daban una cátedra de buen fútbol, la combinación entre experiencia y juventud era la clave de este conjunto para conseguir resultados. Incluso ya habían sido campeones en el año 2000.
Mientras tanto Millonarios venia de una crisis económica y deportiva que casi los hace descender, pero para este año 2001, jugadores como Bonner Mosquera y Carlos Castro eran los baluartes del “Ballet Azul” y eran los que se echaban el equipo al hombro e ilusionaban a la afición azul para la consecución de la estrella 14. Ese partido, con una victoria de los Diablos Rojos en Bogotá, sellaría el paso a la final del retado nacional.
Los días de aquella semana fueron largos, este niño soñaba todos los días con entrar al estadio, ver la salida de su equipo y contemplar a sus ídolos cerca con esa camisa roja batiéndose para darle una alegría a su fanaticada.
Toda la semana hablaba con sus compañeros de colegio que iba a ir al estadio. Unos se le burlaban porque era hincha del América, sobre todo los de Millonarios le recriminaban las 13 estrellas ganadas y que su equipo no podría nunca igualarlos ni entrar a esa final.
Pero él mantenía su fe intacta que los rojos se llevarían ese resultado, incluso apostó lo de la semana de sus onces con los compañeros del Colegio que América ganaría, hasta fue decidido y dobló la apuesta de que su equipo va a ser campeón ese año.
Mientras tanto, el sábado 1 de Diciembre su padre se batía con filas interminables a las afueras de la tribuna oriental del estadio para conseguir una boleta para semejante cita. Bogotá siempre será la segunda casa de América; es mucha la fanaticada roja en la capital y eso lo sabía. Madrugó a las 5 de la mañana para conseguir el anhelado boleto para ese día tan importante en la historia del hincha americano.
Llegó a su casa,exhausto con su cara quemada por el sol, pero con los boletos, al asomarse a la puerta su hijo lo esperaba con ansias.
–Papá, llegaste. ¿Compraste las boletas?
-No hijo, no habían, hice la fila y no alcance a llegar- ya se asomaban unas lagrimas de aquel niño, pero algo inesperado sucedió, saca de su billetera algo arrugados los 2 boletos eran de la locación oriental popular sur. La boleta venia impresa en color azul, con el escudo de Millonarios grande y las letras en color negrilla las cuales decían América de Cali y la fecha del partido.La reacción del niño no se hizo esperar.
– ¡Las conseguiste, las conseguiste! Sabía que no me ibas a defraudar, ahora sí. ¡Mi sueño se hace realidad, veré al América, veré al América! Ambos estaban felices porque por fin compartirían un momento junto al amor futbolístico.
La mañana de ese día fue agitada, arreglar el cuarto, tender la cama, alistar la camisa del América con el número 7 del Pipa, fritar maíz con platanitos y papas chorreadas para ir al estadio, el partido iniciaba a las 3:30 PM.
Pero ellos no aguantaron tanta espera y a las 1:00 PM del domingo 2, salieron para el estadio, en un bus “cebollero” que decía en su letrero Galerías, con sus camisas rojas, con una maleta llena del “mecato” y todo listo para su momento. En el bus más de uno los miraron mal, fue la primera vez que el niño sintió el desprecio de los hinchas del rival, porque había varios de Millonarios que también se dirigían para el estadio, pero esto no opacó la alegría de la ¡primera vez!
Llegaron a la entrada tribuna, otra cola interminable para entrar, en su baja estatura miraba con asombro tantas personas que iban por América, veía que no era el único que amaba esta divisa, se puso hablar con varias personas mientras se ingresaba al estadio; allí se enteró por primera vez del apodo “Gallina”que le decían a Millonarios, entre otros términos despectivos hacia los azules.
Hasta que por fin, después de pasar tantos filtros, entró al estadio: un momento único se veía INMENSO; el pasto verde reluciente y las gradas de cemento. Sonaban unos tambores, se alistaba el papel picado para cuando saldría América y también habían unas tiras inmensas de tela extendidas del segundo al primer piso rojas. Cada persona iba entrando hasta que se llenó el espacio destinado para los seguidores americanos.
Hacia el fondo la tribuna norte se observaba una mancha azul, eran los fanáticos del conjunto albiazul, ellos cantaban insultos hacia los seguidores de América, pero los rojos no se dejaban; allí aprendió los primeros cantos, pero uno fue el que más le gustó y en especial esta frase:
“Recuerdo que juntos pasamos muy duros momentos, las 4 cuatros finales, la muerte del negro misterio, a los jugadores les pido que dejen la vida ¡vamos escarlata dame una alegría! Se viene la banda del diablo, ¡que es de Bogotá!”
Se presenta el momento esperado. 3:15 PM. Es la salida del América; todos cantaban ¡sale el campeón! ¡Sale sale el campeón! Se escuchaba literal como un ¡grito de guerra! Se asoman los jugadores de la boca del túnel, suenan los estruendos de la pólvora, los extintores; se tiran a la cancha los rollos de papel y el papel picado, una salida extraordinaria digna de lo que es América, la algarabía no se hace esperar, los jugadores se dirigen hacia la tribuna americana y saludan a los suyos.
Los jugadores se veían inmensos, como gigantes. No era lo mismo que en la televisión, cada uno tomaba sus posiciones para dar luego el inicio del encuentro.
Suenan los himnos y en medio de su inocencia, el niño empieza a cantar el himno de Colombia, mientras la barra gritaba ¡América, América! Se acaban los actos protocolarios, rueda el balón y su padre prende la radio para estar al tanto de los movimientos de ambos equipos.
América es el de la iniciativa, tocaba el balón, Millonarios aguantaba, varias veces se asomaba Julián Vázquez con peligro en el área del conjunto albiazul. Millonarios al inicio del juego estuvo cerca del gol en una jugada de Carlos Castro la cual ataja el arquero Uruguayo Barbat.
Hasta que en el minuto 43 en la agonía del primer tiempo América abre el marcador y fue Fabián Vargas quien hace estremecer la tribuna roja. Fabián marca el primer gol que ese niño vería en un estadio anotado por América. Fue tanta la emoción que hubo una avalancha humana y tumbó al “muchachito” al piso, pero no pasó a mayores, fue tanta la algarabía que el golpe no importó.
América se iba arriba en el marcador y con el pase a la final yse termina el primer tiempo con la satisfacción del buen juego de los rojos. Ahoraa ver a las porristas del equipo rival, sentarse, y escuchar de la gente los posibles cambios que harían los Diablos Rojos para afrontar el segundo tiempo.
Su padre le compra un BomBom Bum al niño, para hacer un poquito más corta la espera a la salida del equipo para enfrentar un duro segundo tiempo. En esta ocasión Millonarios fue más incisivo y buscó por todos los medios para empatar, pero la defensa solida liderada por Tierradentro, Pablo Navarro, FoadMaziri, hacían imposible que se ocasionara una jugada de riesgo en contra de América.
Suena el pitazo final. América se lleva los 3 puntos, el niño abraza su padre, de esos que quedan por siempre en la retina, y grita ¡ganamos! ¡Ganamos! ¡Le dimos suerte al América! Todo era algarabía en aquella tribuna, muchos daban las gracias por una alegría más que daría la “mechita” a los quince mil que entraron aquella vez al estadio.
Nadie quería irse del Coloso de la 53, querían que ese día nunca terminara, los locales se iban de las tribunas con desilusión, mientras los rojos disputarían la final de ese año, con un equipo sólido y seguro de lo que después sería la hazaña de la estrella 11.
Los protagonistas de esta historia llegaron a su casa felices, el niño abrazó a su madre y le dijo con su voz ronca de tanto gritar le dijo:
-Sí,¿viste? ¡Ganamos!
Fue una semana linda, donde todos los días hablaba de esa experiencia de lo que fue entrar por primera vez al estadio.